Héctor Sídoli, a estas alturas, ya nos tiene acostumbrados a trabajar sin medida en proyectos de cualquier grado de complejidad, pero todos calculados como para que los pueda realizar un niño de 8 años despierto o un adulto inútil de 60 (como es mi caso).
Pongámonos en situación: corre agosto de 1972. La invención de las videocasseteras está aún cuatro años en el futuro; el DVD será creado recién en 1995 y faltan unos 20 años para que NetFlix sea una aplicación común en los hogares.
En consecuencia, mientras la Apolo 16 parte rumbo a la Luna, el único recurso de un chico para mirar películas en su casa es poseer un proyector de cine.
Es simple, es claro: como los susodichos son carísimos, nuestro respetado Dire piensa: "¡Que cada chico se construya el suyo!", y aquí estamos.
Hay que aclarar que este dispositivo no es de fácil construcción, y que puede que se encuentre obsoleto, ya que los formatos a los que puede adaptarse (8 mm, súper 8 y 16) han sido casi totalmente desplazados y algunos se han extinto. El proyector, además, no sirve para películas en Pathé 9,5 mm.
Como curiosidad tecnológica, este proyector es algo precioso: como en el caso de la cámara fotográfica publicada tiempo atrás, su principal función es masajear el ego de los hobbystas: ¿Qué otro sentimiento puede superar al orgullo y a la satisfacción de decir: "Yo construí un proyector de cine partiendo de la nada misma"?.
Diseño: Tito Sol. Publicado en Revista Lúpin número 83, páginas 34 a 37, agosto de 1972.
Diseño: Tito Sol. Publicado en Revista Lúpin número 83, páginas 34 a 37, agosto de 1972.
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