La foto de perfil que inauguramos hoy representa al primer personaje que, normalmente, encontrábamos al abrir cualquier ejemplar de la Revista Lúpin: Purapinta.
Purapinta era un muchachote de barrio, un patotero de esquina provisto de un físico imponente, pero con el coraje de un ratón y la cobardía a flor de piel.
Fue su autor Abel Pascual Ianiro (1919-1962) quien, a pesar de su prematura muerte (no había cumplido 43 años) fue uno de los dibujantes, humoristas y caricaturistas más prolíficos de nuestro país.
Dibujó más de 200 tapas de la revista Canal TV, retratando a actores y actrices nacionales y extranjeros durante años, y colaboró con numerosos personajes en las revistas más importantes del medio.
Aunque Ianiro ya había muerto cuando "Lúpin" apareció, Guillermo Divito había comprado los derechos para "Rico Tipo", y cedió la tira para su reimpresión. "Purapinta" acompañó a "Lúpin" en toda su existencia (más de cuatro décadas), y, a pocos días del 57º aniversario de la muerte de su creador, creímos adecuado hacerle un homenaje, que está teñido de la nostalgia por un mundo ido, que —como nuestra lejana infancia— ya nunca volverá.
Purapinta era un muchachote de barrio, un patotero de esquina provisto de un físico imponente, pero con el coraje de un ratón y la cobardía a flor de piel.
Fue su autor Abel Pascual Ianiro (1919-1962) quien, a pesar de su prematura muerte (no había cumplido 43 años) fue uno de los dibujantes, humoristas y caricaturistas más prolíficos de nuestro país.
Dibujó más de 200 tapas de la revista Canal TV, retratando a actores y actrices nacionales y extranjeros durante años, y colaboró con numerosos personajes en las revistas más importantes del medio.
Aunque Ianiro ya había muerto cuando "Lúpin" apareció, Guillermo Divito había comprado los derechos para "Rico Tipo", y cedió la tira para su reimpresión. "Purapinta" acompañó a "Lúpin" en toda su existencia (más de cuatro décadas), y, a pocos días del 57º aniversario de la muerte de su creador, creímos adecuado hacerle un homenaje, que está teñido de la nostalgia por un mundo ido, que —como nuestra lejana infancia— ya nunca volverá.
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